Una ronda por La ronda

¿O La Ronda? A Paco (¿o Francisco?) Bescós se le escapó, el pasado 18 de mayo, día de presentación de La ronda, ¿o La Ronda?, una pequeña pista, con aroma a espóiler, que quizá añada algo de morbo a la lectura de su La ronda. O La Ronda. ¿Fiat Ronda? ¿Por qué había también una versión SEAT? ¿O Seat? O sea. También para el Ritmo, Seat/Fiat Ritmo, coches extinguidos de los que nadie se acuerda ya. 

Se habló, en la presentación de la última novela de Bescós, bastante de espóileres (castellanización ya, por cierto, hace años que no escribimos football, ni stress). De un rosario de minitramas que convergen en la trama mayor y de una orquestación del ritmo narrativo a lo relojero suizo metido a novelista (negro) que, sin embargo, además, y esto lo subrayó el editor, aporta elementos novedosos al género. 

Y una pista, ya digo, podría estar en el mismo título

Me genera curiosidad, como lector no habituado al género, ver cómo se las gasta Bescós en la creación de este universo literario, con la M30 como eje vertebrador.

Porque ahí comenzó todo, contó Paco en su día grande. Con el recuerdo de una experiencia que podría haber sido funesta, como que una Vespa de dos tiempos se te gripe en plena M30, poco después de la salida del túnel de Méndez Álvaro, para comprobar después que el vial no te abandona, sino que te protege.

Porque el personal de Madrid Calle 30 apareció como por ensalmo, prestos a llamar a una grúa, una ambulancia, un psicólogo si fuera necesario. Y entonces, Bescós asumió la grandeza (ahí se me adelantó, porque un verano en que trabajé como conductor de VTC descubrí la fascinación que me producía ese prodigio de la ingeniería que son M30 y M40) de este nudo viario que hace que Madrid siga siendo invivible pero bastante menos.

Y que no deja de ser el verdadero Gran Hermano cotidiano, con esa infinidad de cámaras que registran cualquier movimiento y detectan cualquier anomalía. Lo sabe Paco, que visitó en persona su centro de operaciones en Méndez Álvaro y anduvo escrutando el video wall que registra cada moco que nos sacamos al volante.

¿Y cómo se hace una novela con esa premisa? ¿Qué crímenes se encadenan a lo largo del recorrido? ¿Aparece un fiambre en Ventas y otro en San Pol de Mar? ¿La falta de cobertura de los túneles de Gallardón sirve de coartada para un magnicidio?

El editor, en un aparte, me reveló un dato. Que habían cambiado un pasaje en que apareció el Vicente Calderón en fase demolición, por otra localización, en aras de actualizar la novela, de no hacerla esclava de una fecha concreta. ¿Qué escenario habrá sido elegido en su lugar?

Me pica la curiosidad y quién pudiera lanzarse a devorar la novela durante dos días de frenética lectura, en ese leer a lo page (tina) turner que no acostumbro y que por eso me apetece tanto.

De entre los jirones de la presentación, me quedo con la idea de que la violencia no necesita ser sádica para seguir siendo violencia. Porque, como apuntó con tino el presentador del acto, escritor zamorano Enrique Llamas, los crímenes de La ronda son limpitos.

Quizá como un reflejo de la violencia que nos rodea, mucho más sutil, imperceptible de lo que consideramos que debe ser la violencia, pero seguramente mucho más lesiva por ello.

Hasta aquí mi ronda por La ronda. ¿O La Ronda? En Reservoir Books.

Francisco Bescós y Enrique Llamas, en Casa del Libro de Gran Vía. 18 de mayo de 2023.

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