Mercedes Cebrián: «A Madrid no se la miraba con deseo»

A propósito de un reportaje sobre el peso literario de Madrid, contacté con diversos protagonistas del sector editorial. Sus respuestas, siempre enriquecedoras, tuvieron que ser recortadas por cuestiones de espacio, por lo que las reproduzco íntegramente por aquí. 

Mercedes Cebrián (Madrid, 1971) es escritora, traductora y editora. Sus últimas obras son Muchacha de Castilla (La Bella Varsovia, 2019) y Burp. Apuntes gastronómicos (Ed. Punto de Vista)

E. L.

¿Consideras que aquel consejo que dio Baroja a un joven escritor (lo de “póngase usted a la cola”) tiene sentido en 2021?

Eso me recuerda a un libro publicado en Estados Unidos hace unos años y titulado con siglas: «MFA versus NYC. The Two Cultures of American Fiction». Consistía en una serie de entrevistas a escritores en las que les preguntaban si vivir en Nueva York les había ayudado en su carrera literaria, o si por el contrario recomendaban a los jóvenes escritores en ciernes que hicieran un máster de escritura creativa (MFA= Master of Fine Art) de los que abundan en Estados Unidos y que abandonaran la idea de mudarse a la megalópolis. En esos programas les proporcionan contactos a los nuevos escritores, algo que quizás ellos no podrían conseguir solos aunque vivieran en Nueva York, cerca de las editoriales y agencias literarias importantes.

Creo que, con las redes sociales, la sensación de que es bueno para un escritor estar presente en un acontecimiento (presentación, fiesta literaria…) ha disminuido muchísimo. Pero al mismo tiempo, yo misma creo haber logrado publicar en una antología porque alguien se acordó de mí al verme en una presentación y pensó que le gustaría contar conmigo; es decir, de no haber coincidido en ese momento no habría caído en la cuenta. No creo que la importancia de «estar ahí» haya desaparecido totalmente. No, me corrijo: en febrero de 2020 no había desaparecido por completo. Ahora ya quizá sí, tras este año fatídico que se ha llevado por delante la vida tal como la conocíamos (soy muy pesimista al respecto, como ves).

De no haber nacido en Madrid, ¿te habrías venido con la clásica maleta llena de sueños (jajaja, perdona por la cursilada tipo Carlos del Amor) desde tu remoto lugar de origen?

Probablemente no resulte simpática al afirmar que sí. De hecho, a veces he respirado de alivio al pensar que Madrid es mi ciudad de origen, al darme cuenta de que no he tenido que hacer el esfuerzo de venirme desde una más pequeña (a pesar del desdén que generamos los madrileños para algunos. Más de una vez me han hecho ver lo horrible que debe de ser vivir en el caluroso Madrid en verano. Yo, ante eso, me limito a sonreír por dentro) 

Es decir: siempre di por hecho que, de haber nacido en un lugar de menos de un millón de habitantes, habría emigrado a una ciudad más grande en la medida de mis posibilidades. Mi sed de anonimato me habría impulsado a hacerlo. Para mucha gente que no encaja bien en estructuras conservadoras y tradicionales, marcharse a vivir a una ciudad grande puede suponer la salvación; no es un mero capricho snob.

Como editora de Caballo de Troya, en 2018, ¿percibiste esa inquietud en los jóvenes autores o la mayoría estaba encantado de vivir en sus lugares, al margen de ese supuesto centralismo literario?

Yo empecé a leer manuscritos para Caballo de Troya en 2017, para que estuvieran listos para publicarse en 2018. Como las modas literarias van tan rápido, todavía no se estaba reivindicando literariamente ni lo rural ni lo local, o al menos no tanto como ahora. Además, debo decir que, como mi mirada de editora era la que primaba durante ese año, yo pensaba decantarme por títulos más bien urbanitas, no lo puedo negar. Pero recuerdo también buscar desesperadamente autores y autoras canarios (una especie de Andrea Abreu avant la lettre) y no encontrarlos. Recuerdo que había bastantes manuscritos de experiencias de viajes: es un asunto muy literario y entiendo que la gente que empieza a escribir opte por contar ese tipo de historias, con mucha peripecia y también con la mirada de extrañamiento o asombro que propician los viajes al extranjero.

También buscaba obras de autores latinoamericanos, así que no abundaban las novelas con Madrid como escenario en lo que llegaba a mis manos y ojos. Pero el primer libro que publiqué, los diarios de Beatriz Navas (Ahora lo importante) sí son muy madrileños: de hecho, son una crónica de los años 90 en Madrid.

Y la antología ‘Madrid, con perdón’, ¿revelaba algo de esa condición de plaza fuerte que conquistar?

«Madrid, con perdón» se inspiraba en dos antologías que yo había leído ya, una sobre barrios de Buenos Aires y otra que recopilaba voces de autores residentes en Barcelona. Ese «con perdón» que Constantino Bértolo añadió sabiamente al título hacía ver que en ese momento Madrid se veía un poco como un «poblachón manchego» al que nadie miraba con deseo. Recuerdo que los extranjeros con los que hablaba, al decirles yo de dónde era siempre añadían la coletilla: «Ah, conozco Barcelona, pero no Madrid». Así que la ciudad en aquel momento, y probablemente ahora también, no estaba muy alta en la lista de ciudades deseables de la tierra, aunque casi mejor, porque eso la ha mantenido más vivible, en mi opinión.

La misión de la antología «Madrid, con perdón» era que autores de diverso pelaje y procedencia escribieran sobre un barrio o espacio madrileño y que así se abarcase el plano de la ciudad casi totalmente. Es decir, nada de centrarse en la Gran Vía y el museo del Prado u otras joyas histórico-artísticas: la idea es que escribieran sobre la M-30, sobre Vallecas, Cuatro Caminos… Se les daba libertad para elegir la zona, pero siempre con esas premisas en mente.

Ya Delibes decía en 1970 que conquistar Madrid era algo anacrónico y que Umbral era el último romántico, al empeñarse en hacerlo. Dando por buena esta cita, ¿la pandemia habría acabo definitivamente con esa posición preponderante que tuvo Madrid en su día en el mundo literario/editorial?

En realidad, me parece que ya en los 70 y 80 del siglo XX el epicentro europeo del mundo literario en castellano se trasladó a Barcelona, sobre todo tras la llegada de los autores del boom latinoamericano y también porque allí siguen estando algunas editoriales de prestigio como Anagrama o la oficina central de Penguin Random House. Así que yo he vivido aceptando siempre que Madrid no es el epicentro literario de España y estoy acostumbrada. Por eso se creó, en mi opinión, la fiesta llamada «La noche de los libros» en Madrid, que trata de competir  en la medida de sus posibilidades con la hegemonía indudable de Sant Jordi (se celebra en torno al 23 de abril también).

Yo al menos no veo los efectos de la pandemia en la posición que ocupa  Madrid en el mundo literario: veo más bien los efectos en la posición que ocupa hoy cualquier ciudad, cualquier espacio físico relacionado con los libros (librerías, salones de actos, centros culturales….). El mercado literario, desde hace al menos una década, se estaba poniendo cada vez más performativo, dando mucho valor a los actos en directo, a la presencia de los escritores en festivales y actos. Eso se tambalea y a mí me da mucha pena, pero no quiero ser agorera y vaticinar su fin.

Como escenario literario, ¿tendría aún vigencia? ¿Se sigue escribiendo con Madrid como telón de fondo? ¿Tú lo haces?  

Creo que sí la tiene, siempre y cuando no dejemos de patear sus calles, comprar en sus tiendas y frecuentar sus teatros, cines y espacios de todo tipo, y aquí incluyo El Corte Inglés. En 2017, Madrid fue la ciudad invitada de la FIL de Guadalajara, cuando normalmente se invita a países enteros y su literatura, no a una ciudad en concreto. Allí llegaron apuestas nuevas como la de Minke Wang, escritor chino de habla hispana que vive y escribe en Madrid, pero también las más «clásicas» de Vicente Molina Foix o Rosa Montero.

De hecho, con motivo de esa edición de la FIL se publicó un libro con extractos de novelas que transcurrían en Madrid. Lo editó Martín Casariego en Alfaguara (se titula «Escrito en el cielo») e incluye fragmentos de muchísimos autores que han puesto sus ojos en Madrid, no solo como mero telón de fondo sino como una especie de coprotagonista de sus libros.

En mi caso concreto, en mi primer libro de relatos tenía yo una voluntad «internacionalista». Me asustaba mucho lo personal, lo local: tenía la idea de que al mencionar lugares concretos de un barrio de Madrid excluiría a muchos lectores. Pero con los años (y a base de lecturas y de pensamiento) he ido cambiando de opinión. Sobre todo al leer literatura argentina, donde el barrio, la pizzería de la esquina y los nombres de las calles se mencionan tranquilamente, sin complejos de ser acusados de «localistas». Pienso en la narrativa de César Aira, Fabián Casas o María Gainza, por citar tres ejemplos de autores que me gustan mucho.  Todo eso ha ocasionado que yo, desde hace un tiempo, me haya animado a situar mis escritos en espacios específicos de ciudades: el efecto que genera esta decisión es radicalmente distinto al de tener a los personajes flotando en mundos medio reconocibles (cadenas de cafés que podrían ser Starbucks pero que no se mencionan, grandes almacenes que podrían ser El Corte Inglés…) que no acaban de concretarse. Es una decisión importante, en cualquier caso. 

Mercedes Cebrián
Cebrián, en su foto de perfil de FB.

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