Inauguramos este blog parafraseando, ¿paratitulando?, al Vila-Matas de Impón tu suerte. Imponer, claro está, en el sentido más amable de la expresión. Lograr textos imponentes; por ahí irían los tiros. ¿Cómo? Pues recurriendo a un libro de estilo particular, personal, que no tiene por qué diferir de otros, pero al que se guarda fidelidad. Por libro de estilo conocemos a ese manual que cada periódico, cada editorial, sigue a la hora de optar por tal o cual norma. ¿Seguimos las recomendaciones de José Martínez de Sousa respecto al uso de las comillas u optamos por lo que dice la RAE? Pero también cada autor debe manejar su propio libro de estilo. Tanto en un mismo texto como, en un escenario ideal, el conjunto de su obra.
En Coverture, creemos en las convenciones, en las normas como modo de cohesionar la lengua y por tanto a los hablantes y usuarios de la misma. Pero también en la libertad de cada cual para usar, dentro de un ejercicio de estilo deliberado y consciente, el lenguaje a su modo. Claro que hay que ser muy Juan Ramón Jiménez para hablar de antolojías y no quedar como un presuntuoso. Pero ahí están temas para el debate como la polémica del «solo» o «sólo» y esa tilde abolida por la RAE que muchos escritores se niegan a erradicar de sus teclados. Es el caso de Carlos Mayoral, que en su cuenta de Twitter se define, a mucha honra, como «solotildista». En Coverture, también somos solotildistas, no por rebeldía caprichosa, sino porque la ausencia de tilde puede generar ambigüedades (y por un amor a la palabra «solo», que denota soledad, como única merecedora de su condición destildada, valga el neologismo).
Las convenciones sirven para hacer la vida más fácil. Para no tener que perder tiempo en elegir, cuando las opciones no implican grandes consecuencias. En español se optó por escribir los meses con minúscula, a diferencia de lenguas como la inglesa, y se asume (aunque haya aún mucho despistado). Luego están otras cuestiones más sutiles, como esa recomendación, tan habitual en los periódicos, de escribir los números del uno al diez con letra, para ya usar las cifras cuando se pasa del diez: 14, 42, 506. La literatura no es muy amiga de las cifras y, a excepción de las fechas y los años (3 de diciembre de 1552), se suelen escribir con letra incluso las edades y cifras grandes, con lo farragoso que pueda resultar: «Aquel día cumplió cincuenta y siete años. Tenía tres cientos veinte mil doscientos cuarenta dólares en el banco».
Sin embargo —y aquí entra ya el libro de estilo que cada cual quiera imponer—, hay autores que prefieren optar por la numeración del uno al diez con número. Así lo hace Agustín Fernández Mallo en sus novelas de aliento vanguardista. «…vimos un mantel con 2 cubiertos y 2 platos enfrentados», leemos en su Nocilla Lab. Un uso deliberado, consciente, que los lectores reconocemos en sus distintas novelas y que responde a una visión del mundo que, en este caso, no sólo permite esa ‘licencia’ sino que aporta valor añadido al texto.
Haz como Fernández Mallo. Impón tu estilo, tu libro de estilo.
Me parecen perfectos todos estos datos para conseguir un resultado mejor a la hora de escribir, fechas, datos, cantidades, yo, jamás utilizo números, siempre lo escribo con letra, me parece más apropiado dentro del contexto de un poema, relato o prosa poética. los números me resultan agresivos,
Muchas gracias por el comentario, Marcelino. Estoy de acuerdo, el número es frío, aséptico. Un saludo.